jueves, 7 de agosto de 2014

Cristalizando


© Elena Oganesyan


Caídas de noche atroces que despedazan los ligamentos que me ensamblan
haciéndome punzantemente tangible en este lugar al que yo temo y aborrezco
y que hasta cierto punto fascinado me aborrece
Región que en sus altares me apuntala firmemente los pies al firmamento
y hunde sus dientes en mis brazos surcando mi ser con lenguas ásperas
Tierra donde yo, obstinada, les hablo del amor a las ortigas
de la luminosidad oscura a los lebreles del ocaso
entre ruinas requemadas de azucenas
y graneros devastados
reincidente como una amante estúpida
−pese a que ninguna de las que yo soy lo somos−
pese a ello defendiendo, de alambrada en alambrada
la inexpugnabilidad de la poesía y de las guaridas cálidas
enclaustrada en una piel que tirita de frío.

(no conozco estas mareas enclavadas de corales
mudas, inmóviles
cuajadas de destierro negro
en un océano como una bestia enorme y ruda y sepulcral)

Caídas de noche que son como arrebatarse dormido
(como desrecordarse dormido, y solo)
como cristalizarse la garganta en flores ávidas como el serbal
(entre estos huesos que de pronto se me antojan polvo anciano
endurecido
sedimentado sobre heridas ciegas, olvidadas
agazapadas fosas abisales)
que me desmiembran siglo a siglo
ceniza blanca a ceniza negra
oxidada
como esta sangre verde, verde, verde

así que sencillamente aguardo
devastada y fiera y sabia como un inmenso campo de amapolas
transmutada en mineral
los pies sangrantes rozando obstinadamente las estrellas
quebradiza y onírica
desmemoriada
asolándome ante el viento equivocado
−ése que no me pertenece−
y la osamenta pálida de un barco que recrudece con su esplendor este desierto.